Se sobreentiende que en algún lugar, dentro de ti y dentro de mí, se oculta nuestro verdadero «yo».
Y se supone que éste es una realidad estática y ya formada.
Hay momentos en los que este mi yo real se manifiesta abiertamente, y hay otros momentos en los que me siento obligado a camuflarlo.
Tal vez esté justificado este modo de hablar; pero, en mi opinión, es un modo de hablar que puede ser más engañoso que otra cosa. Ni en tu interior ni en el mío existe tal persona perfectamente acabada, fija, verdadera y real, precisamente porque ser persona implica necesariamente hacerse persona, existir en proceso.
Si yo soy algo como persona, ese algo es
lo que yo pienso,
juzgo,
siento,
valoro,
respeto,
estimo,
amo,
odio,
temo,
deseo,
espero
en lo que creo
y
con lo que me comprometo.
Estas son las cosas que definen mi persona; y estas cosas están en un constante proceso de cambio. A no ser que mi corazón y mi mente estén total y absolutamente acorazados, todas estas cosas que me definen como persona están cambiando constantemente.
Mi persona no es un pequeño y tenaz núcleo encerrado en mi interior, una especie de estatuilla perfectamente formada, auténtica y real, fija y permanente; «persona» implica más bien un proceso dinámico. En otras palabras, si tú me conociste ayer, hazme el favor de no pensar que hoy estás tratando con la misma persona. Hoy tengo una mayor experiencia de la vida, he descubierto nuevas profundidades en las personas a las que amo, he sufrido y he orado... y soy diferente.
Mi persona no es un pequeño y tenaz núcleo encerrado en mi interior, una especie de estatuilla perfectamente formada, auténtica y real, fija y permanente; «persona» implica más bien un proceso dinámico. En otras palabras, si tú me conociste ayer, hazme el favor de no pensar que hoy estás tratando con la misma persona. Hoy tengo una mayor experiencia de la vida, he descubierto nuevas profundidades en las personas a las que amo, he sufrido y he orado... y soy diferente.
No me atribuyas, por favor, un comportamiento fijo e irrevocable, porque yo, como todo el mundo, estoy «metido en el ajo», tratando de aprovechar las oportunidades de la vida diaria.
Acércate a mí, pues, con un cierto sentido de curiosidad, y busca en mi rostro, en mis manos y en mi voz los indicios del cambio; porque lo que es seguro es que he cambiado.
Ahora bien, una vez que admitas esto (si es que lo admites), puede que todavía me dé cierto miedo decirte quién soy.
.......
Ninguno de nosotros quiere ser un impostor, pero los temores que experimentamos y los riesgos de una autocomunicación plenamente sincera nos parecen tan intensos que el buscar refugio en nuestros papeles, máscaras, roles, y juegos, se convierte en un acto reflejo casi del todo natural.
Al cabo de un tiempo, puede que incluso nos resulte difícil distinguir entre lo que realmente somos, en un momento dado de nuestro desarrollo como personas, y lo que pretendemos aparentar.
Este es un problema humano tan universal que bien podríamos llamarlo la condición humana.
Al menos es la condición en la que la mayoría de nosotros nos encontramos y el punto de partida, también mayoritario, hacia la madurez, la integridad y el amor.
Del libro:
¿Por qué temo decirte quien soy?
John Powell