domingo, 25 de abril de 2010

¿QUE ES EL AMOR?

En una de las salas de un colegio habían varios niños.
Uno de ellos preguntó:
Maestra... ¿qué es el amor?
La maestra sintió que la criatura merecía una respuesta que estuviese a la altura de la pregunta inteligente que había formulado.
Como ya estaban en hora de recreo, pidió a sus alumnos que dieran una vuelta por el patio de la escuela y trajesen lo que más despertase en ellos el sentimiento del amor.
Los chicos salieron apresurados y, cuando volvieron, la maestra les dijo:
Quiero que cada uno muestre lo que trajo consigo.
-El primer alumno respondió:
Yo traje esta flor, ¿no es linda?
-Cuando llegó su turno, el segundo alumno dijo:
Yo traje esta mariposa. Vea el colorido de sus alas; la voy a colocar en mi colección.
-El tercer alumno completó:
Yo traje este pichón de pajarito que se cayó del nido, hermano: ¿no es gracioso?
Y así los chicos, uno a uno, fueron colocando lo que habían recogido en el patio.
Terminada la exposición, la maestra notó que una de las niñas no había traído nada y que había permanecido quieta durante todo el tiempo.
Se sentía avergonzada porque no había traído nada.
La maestra se dirigió a ella y le preguntó:
Muy bien: ¿y tú? ¿No has encontrado nada?
La criatura, tímidamente, respondió:
-Disculpe, maestra. Vi la flor y sentí su perfume; pensé en arrancarla pero preferí dejarla para que exhalase su aroma por más tiempo. Vi también la mariposa, suave, colorida, pero parecía tan feliz que no tuve el coraje de aprisionarla. Vi también el pichoncito caído entre las hojas, pero... al subir al árbol, noté la mirada triste de su madre y preferí devolverlo al nido.
Por lo tanto, maestra, traigo conmigo el perfume de la flor, la sensación de libertad de la mariposa y la gratitud que observé en los ojos de la madre del pajarito.
¿Cómo puedo mostrar lo que traje?
La maestra agradeció a la alumna y le dio la nota máxima, considerando que había sido la única que logró percibir que sólo podemos traer el amor en el corazón.
Saben, con el tiempo uno aprende a que el amor no es Tomar, Arrancar, Capturar, Forzar, Ganar o Perder.

Amar es llevar en el alma,
es Recordar, es Disfrutar,
Amar es ser LIBRE Y DEJAR LIBRE.

sábado, 10 de abril de 2010

INVITANDO A NUESTRA ALMA A TRABAJAR

La mayoría de nosotros tiene alguna forma de ponerse en contacto con su alma. Algunos la encuentran en sus rezos, otros la encuentran cuando se ponen en contacto con la naturaleza. Pero las relaciones en el trabajo y el clima laboral serían mucho mejores si todos invitáramos a nuestra alma a trabajar.
Para algunas personas creyentes, el alma definitivamente existe y nos acompaña en todo momento desde que nacemos. Para otros más agnósticos, el alma podría ser nuestra energía. Pero la mayoría coincide en que existe algún tipo de energía vital que es nuestra esencia. Que somos más que un simple cuerpo, que tenemos una identidad espiritual.
Si queremos ver las cualidades innatas del alma sólo tenemos que observar a un bebé pequeño. Lleno de alegría, amor, bondad y paz. No tiene maldad, resentimientos ni odios, es puro amor. A medida que crecemos, sin embargo, vamos encubriendo nuestra alma con una serie de capas donde aflora nuestra personalidad, nuestro ego. Nuestra alma queda sumergida y nuestro ego toma control de nuestras vidas. El alma todavía está en nosotros, pero bastante relegada y aflora muy poco. Quizás la sentimos un poco a lo lejos cuando oramos, cuando estamos en un paisaje natural hermoso o cuando vemos un acto de amor al prójimo que nos conmueve.
Pero sería extraordinario que nuestra alma estuviera más aflorada en el trabajo. Cuántas energías perdidas, insatisfacciones, conflictos y pérdidas de dinero se dan en la empresa porque el ego es quien está presente y no el alma.
Pero, ¿podemos traer el alma al trabajo?
Y ¿cómo podemos lograrlo de forma práctica?
¿Cómo traer el alma en la oficina, donde tenemos que preocuparnos por objetivos acuciantes y soportamos niveles altos de estrés ante los retos?
El sol siempre esta en el cielo brillando. Por más que existan nubes y que el cielo se oscurezca, el sol siempre sigue brillando. Cuando por mucho tiempo no vemos en el sol por la nubosidad, hasta olvidamos de lo delicioso que era un día soleado. Lo mismo le ocurre al ser humano.
El alma es como el sol que siempre está con nosotros iluminando e irradiando rayos de amor y paz. Sin embargo, muchos vivimos nuestros días con una densa capa de nubes de ego, y pensamientos negativos.
¿Cómo lograr que venga un viento y se lleve las nubes para ver siempre el brillo del alma en nuestras vidas?
Una forma de lograrlo es a través del silencio. Debido a la naturaleza del trabajo de un ejecutivo, su mente está entrenada para concentrarse en lo exterior. Busca oportunidades, detecta problemas y los resuelve. En general, barre mentalmente su entorno para anticiparse y estar precavido. Lograr el silencio de la mente requiere justamente lo contrario. Necesitamos primero concentrarnos en nuestro interior, para luego concentrarnos en la nada, es decir, no pensar por unos minutos. Pero si lo hacemos los beneficios son enormes. Después de estar unos minutos en total silencio de nuestra mente, sin nubes de pensamientos, el sol del alma empieza a brillar y nos invade una sensación de paz, tranquilidad y amor. Nos sentimos conectados con el todo, vemos a todas las personas como parte de la misma fuente. Sentimos deseos de ayudar y servir. Numerosas investigaciones científicas confirman que la fisiología del cuerpo cambia cuando entramos en silencio.
Una pizarra totalmente escrita no sirve para enseñar a menos que la borremos para luego volver a escribir en ella. Lo increíble de nuestra mente es que las mejores enseñanzas vienen cuando nuestra pizarra mental esta borrada, vacía de pensamientos. Lo maravilloso de esta técnica es que una vez que estamos en silencio unos minutos en la mañana, todo el día nos queda la huella en nuestra mente. Tendemos a ser más tolerantes, menos estresados y no entramos fácilmente en conflictos y contribuimos a formar un mejor clima en nuestra empresa. En otras palabras, invitamos nuestra alma a trabajar.
Un discípulo frustrado por la maldad del mundo le preguntó a su maestro: “¿De qué sirve que nos esforcemos por hacer el bien, si todo alrededor nuestro está mal? El mundo está lleno de injusticias, maldades, odios y energía negativa.
¿Para qué meditar? ¿Para qué esforzarnos por cambiar nosotros si nada cambiará en el futuro?
El maestro pacientemente llevó a su discípulo a un lago y le pidió que tirase una piedra al medio del lago. Luego, le preguntó:
“¿Ahora entiendes por qué debes siempre mejorar y hacer el bien?”
Como el discípulo no entendía nada, el maestro le explicó con cariño:
“Tus acciones y tus pensamientos son como la piedra, que impactó el lago y se sumergió. La piedra no pudo ver la secuela de ondas que dejó en todo el lago. Las ondas llegaron hasta los bordes del lago irrigándolos con agua de vida. Sin saberlo discípulo, cada uno de nosotros es una piedra que mueve el lago de la humanidad y tiene la capacidad de mejorarla y dejar en ella ondas de bienestar”.
Es cierto que las políticas y normas de recursos humanos tienen un fuerte impacto en el clima laboral. Es cierto que el liderazgo de los supervisores y gerentes impactan sustancialmente en el clima. Pero también es cierto que el clima laboral es la suma de todos los climas mentales individuales de cada empleado en la empresa.
Si cada uno hace un esfuerzo por traer su alma a la oficina, estaremos generando ondas positivas en el lago de la empresa. Estaremos ayudando a generar el ambiente empresarial en el que todos anhelamos trabajar.
David Fischman

lunes, 5 de abril de 2010

ORACIÓN

“Es costumbre entre los católicos confesar los pecados a un sacerdote y recibir de éste la absolución como un signo del perdón de Dios. Pero existe el peligro, demasiado frecuente, de que los penitentes hagan uso de ello como si fuese una especie de garantía o certificado que les vaya a librar del justo castigo divino, con lo cual confían más en la absolución del sacerdote que en la misericordia de Dios"

Una noche, mientras se hallaba en oración, el hermano Bruno se vio interrumpido por el croar de una rana. Pero, al ver que todos sus esfuerzos por ignorar aquel sonido resultaban inútiles, se asomó a la ventana y gritó:
“¡Silencio! ¡Estoy rezando!”.
Y como el hermano Bruno era un santo, su orden fue obedecida de inmediato: todo ser viviente acalló su voz para crear un silencio que pudiera favorecer su oración.
Pero otro sonido vino entonces a perturbar a Bruno: una voz interior que decía:

“Quizás a Dios le agrade tanto el croar de esa rana como el recitado de tus salmos...”
“¿Qué puede haber en el croar de una rana que resulte agradable a los oídos de Dios?”,
fue la displicente respuesta de Bruno.
Pero la voz siguió hablando:
“¿Por qué crees tú que inventó Dios el sonido?”.
Bruno decidió averiguar el porqué. Se asomó de nuevo a la ventana y ordenó: “¡Canta!”
Y el rítmico croar de la rana volvió a llenar el aire, con el acompañamiento de todas las ranas del lugar.
Y cuando Bruno prestó atención al sonido, éste dejó de crisparle, porque descubrió que, si dejaba de resistirse a él, el croar de las ranas servía, de hecho, para enriquecer el silencio de la noche.

Y una vez descubierto esto, el corazón de Bruno se sintió en armonía con el universo, y por primera vez en su vida comprendió lo que significa orar.

Anthony de Mello