Una noche, mientras se hallaba en oración, el hermano Bruno se vio interrumpido por el croar de una rana. Pero, al ver que todos sus esfuerzos por ignorar aquel sonido resultaban inútiles, se asomó a la ventana y gritó:
“¡Silencio! ¡Estoy rezando!”.
Y como el hermano Bruno era un santo, su orden fue obedecida de inmediato: todo ser viviente acalló su voz para crear un silencio que pudiera favorecer su oración.
Pero otro sonido vino entonces a perturbar a Bruno: una voz interior que decía:
“Quizás a Dios le agrade tanto el croar de esa rana como el recitado de tus salmos...”
“¿Qué puede haber en el croar de una rana que resulte agradable a los oídos de Dios?”,
fue la displicente respuesta de Bruno.
Pero la voz siguió hablando:
“¿Por qué crees tú que inventó Dios el sonido?”.
Bruno decidió averiguar el porqué. Se asomó de nuevo a la ventana y ordenó: “¡Canta!”
Y el rítmico croar de la rana volvió a llenar el aire, con el acompañamiento de todas las ranas del lugar. Bruno decidió averiguar el porqué. Se asomó de nuevo a la ventana y ordenó: “¡Canta!”
Y cuando Bruno prestó atención al sonido, éste dejó de crisparle, porque descubrió que, si dejaba de resistirse a él, el croar de las ranas servía, de hecho, para enriquecer el silencio de la noche.
Y una vez descubierto esto, el corazón de Bruno se sintió en armonía con el universo, y por primera vez en su vida comprendió lo que significa orar.
Anthony de Mello
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